lunes, 17 de octubre de 2011

10.

Intento dejar de pensar en ello, trato de apartar el ardiente deseo de hacerlo, de aniquilar esa vida despreciable. Quiero pensar que no soy perfecto en absoluto, y que a mi manera también soy culpable de multitud de actos miserables. Dejo cinco dólares en la barra y salgo fuera, necesito fumar un cigarrillo, mis pulmones negros solicitan con nerviosa desesperación el combustible que me ayuda a tranquilizarme cuando las cuerdas se tensan demasiado. Fuera de ese nido de miseria el exterior arde, como mi cabeza, como lo que llevo dentro y se retuerce por salir, y me siento en unas viejas escaleras de madera, bajo el cochambroso depósito de agua que se encuentra junto a un largo tiempo abandonado apeadero. Enciendo de un golpe de mecha y gasolina a mi amigo de diez minutos. Una calada y la sangre comienza a correr más despacio, al menos aparentemente. Los recuerdos vienen a la mente, recuerdos de personas a las que amé, a las que herí y a las que de alguna manera anulé.