viernes, 16 de septiembre de 2011

9.

Devoro ávidamente mi hamburguesa, pero lo que realmente mastico furiosamente es el corazón del mezquino, y lo que trago con ansia es la rabia que quema en estos momentos mis venas como aceite hirviendo. Sería fácil, extremadamente sencillo saltar la barra en la que reposo, entrar en esa mugrienta cocina y acabar certeramente con la vida de un insecto más, no sería la primera vez, ni mucho menos, y los remordimientos hace tiempo que dejaron de marcar mi propio código personal. Cada trozo de carne que resbala por mi garganta es una manera diferente de anular la existencia de esa suerte de persona, cada cual más terrible que la anterior, pero aún así no tanto como la crueldad que se encuentra agazapada como una bestia hambrienta en el alma de esa escoria. ¿Cómo se puede ser capaz de aplastar, humillar, herir y destruir la voluntad y la integridad física de una muñeca inocente, romper un día tras otro la porcelana para observar con deleite como fluye su sangre, aunque por otro lado su vida valga menos que el plato del que en estos precisos momentos doy cuenta?...

lunes, 12 de septiembre de 2011

8.

Adivino que al caer la noche y cuando la madrugada abrace con su sobrecogedora y fría densidad, en el mismo momento en el que el bar cierre sus puertas, se abrirán las llagas que nunca se cierran y supuran dolorosamente de manera perpetua. Y puedo imaginar sin temor a equivocarme que cuando desaparezcan las miradas curiosas y todos los cadáveres etílicos hayan marchado a sus ataúdes en alguna parte del desierto comenzará la verdaderamente dura jornada diaria de Eleanor. El ser violento y retorcido que maltrata abrirá su temida caja del dolor, y regalará una buena y abundante ración a la rolliza camarera. Puedo comprender entonces su desesperación, puedo olfatear perfectamente el cotidiano terror que habita en ella y al que nunca podrá acostumbrarse, puedo entender cada lágrima que lucha por huir y cada grito de auxilio que me dispara mentalmente… Y en mi interior me resulta imposible evitar sentir el fuego de la rabia, notar sobre mi propia piel los latigazos de la tortura a la que Eleanor se verá sometida más tarde…