viernes, 16 de septiembre de 2011

9.

Devoro ávidamente mi hamburguesa, pero lo que realmente mastico furiosamente es el corazón del mezquino, y lo que trago con ansia es la rabia que quema en estos momentos mis venas como aceite hirviendo. Sería fácil, extremadamente sencillo saltar la barra en la que reposo, entrar en esa mugrienta cocina y acabar certeramente con la vida de un insecto más, no sería la primera vez, ni mucho menos, y los remordimientos hace tiempo que dejaron de marcar mi propio código personal. Cada trozo de carne que resbala por mi garganta es una manera diferente de anular la existencia de esa suerte de persona, cada cual más terrible que la anterior, pero aún así no tanto como la crueldad que se encuentra agazapada como una bestia hambrienta en el alma de esa escoria. ¿Cómo se puede ser capaz de aplastar, humillar, herir y destruir la voluntad y la integridad física de una muñeca inocente, romper un día tras otro la porcelana para observar con deleite como fluye su sangre, aunque por otro lado su vida valga menos que el plato del que en estos precisos momentos doy cuenta?...

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