lunes, 12 de septiembre de 2011

8.

Adivino que al caer la noche y cuando la madrugada abrace con su sobrecogedora y fría densidad, en el mismo momento en el que el bar cierre sus puertas, se abrirán las llagas que nunca se cierran y supuran dolorosamente de manera perpetua. Y puedo imaginar sin temor a equivocarme que cuando desaparezcan las miradas curiosas y todos los cadáveres etílicos hayan marchado a sus ataúdes en alguna parte del desierto comenzará la verdaderamente dura jornada diaria de Eleanor. El ser violento y retorcido que maltrata abrirá su temida caja del dolor, y regalará una buena y abundante ración a la rolliza camarera. Puedo comprender entonces su desesperación, puedo olfatear perfectamente el cotidiano terror que habita en ella y al que nunca podrá acostumbrarse, puedo entender cada lágrima que lucha por huir y cada grito de auxilio que me dispara mentalmente… Y en mi interior me resulta imposible evitar sentir el fuego de la rabia, notar sobre mi propia piel los latigazos de la tortura a la que Eleanor se verá sometida más tarde…

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